No, hoy no tengo nada. Nada más que miles de pensamientos
entreverados que aún no quieren salir. Sólo hay una angustia que me ahoga y me
encanta.
Junto, en mi mesa, una taza vacía, no hay
más café, hace mucho que ya no lo necesito.
Libros tirados y devastados que interrumpen mi escape pero que por
hoy, no quieren ser leídos.
Hacia el fondo una estantería llena de
chucherías, trofeos, reconocimientos y fotografías, nada sin valor, nada.
Mi cama vacía, que al igual que mi alma,
muestran vestigios de que alguien estuvo allí, tal vez yo o tal vez alguien inventado.
Es paradójico, sólo tengo un aroma
impregnado en mis manos, el jabón de tocador que compré ayer no lo ha logrado
sacar.
La radio toca música horrible que me
recuerda a algo o a alguien: mis discos favoritos, viejos y ochenteros y entre
pausas se oyen recuerdos de que debí salir hace semanas.
Por la ventana, a lo lejos, se distingue
como el frío congela y mata todo, ha logrado empañarla y resquebrajarla.
La lámpara apenas alumbra mi rostro, noto
el cansancio y las ojeras que me maquillan.
Miro alrededor una y otra vez, pero no hallo nada de valor.
El reloj de pared que me obsequiaron el año pasado, siempre
puntual, con ese horrible anaranjado pálido de fondo, siento náuseas, no
recuerdo quien me lo dio pero deseo hacerlo.
Casualmente siento una mirada, una mala broma que mi mente
pretende gastarme.
Y en esta noche sin valor, donde no hay nada ni
nadie más que yo y tu ausencia, mi soledad me cuenta y me dice entre lágrimas que no le
agradas y que me extraña.